VIª TeRTuliA SaNiTAriA



«El conocimiento no vale si no se comparte»
            «Pensar sin aprender es esfuerzo perdido; aprender sin pensar, peligroso»


La medicina es una profesión basada en el conocimiento y los médicos y profesionales de la salud somos, por encima de todo, trabajadores del conocimiento. La investigación a su vez es la fuerza motriz que hace avanzar ese conocimiento y, como consecuencia, ayuda a mejorar la vida de las personas, objetivo final de la medicina. La actualización constante de los conocimientos del médico, no es solo una  responsabilidad de cada profesional de la medicina, sino que, facilitarla y exigirla es, también, una obligación ética para con los pacientes, por parte de las instituciones, públicas o privadas, donde esos profesionales trabajan . Al fin y al cabo, el mayor valor de un de un sistema sanitario en su conjunto es el conocimiento y la formación de su patrimonio humano.
Entonces, ¿de quién es la responsabilidad de la actualización de los conocimientos y habilidades de los profesionales sanitarios?. No cabe duda de que los médicos tienen la responsabilidad de mantener sus conocimientos y habilidades en cada momento de acuerdo a la lex artis* y de actuar como transmisores de los progresos de la medicina en beneficio de sus pacientes. Y si son los pacientes los principales beneficiarios y, por ende, la sociedad entera  ¿no deberían las instituciones sanitarias, en un sistema sanitario público, ser copartícipes de esta responsabilidad y esa exigencia?.
En el caso de la sanidad española, parece que no. Así como en muchas empresas de muy diversos ámbitos, éstas se preocupan de mantener a sus empleados bien formados como parte sustancial de su valor diferencial, en el ámbito sanitario, esa responsabilidad se basa principalmente en las iniciativas particulares de cada profesional. Más aún, teniendo en cuenta, que más allá de la motivación intrínseca de cada profesional, la formación continua y la actualización de conocimientos requiere, en muchos casos, de una financiación fuera del alcance de éstos.
Nos encontramos entonces con que  algo tan sensible y valioso,  requiere de otros protagonistas cuyo objetivo final no es, únicamente, el bienestar de la sociedad y cuyo negocio gira en torno a la promoción de sus productos . Es claro que, en España, la industria farmacéutica, por la dejadez de las instituciones públicas, es la encargada de financiar la parte más importante de la actualización de los conocimientos de los profesionales de la medicina.
No se puede negar la importancia de la industria farmacéutica en el avance de la medicina, pero los objetivos de dicha industria incluyen, de manera legítima, maximizar sus beneficios, lo que en ocasiones colisiona con la defensa del bien común, responsabilidad insoslayable de la “lex artis” a la que los médicos están obligados.  
De este modo, la situación actual de un médico en España es tal que, si quiere investigar, formarse o actualizarse en su conocimiento, tiene que llamar a la puerta de la industria farmacéutica, lo que, en mayor o menor medida, pone en tela de juicio la verdadera “independencia” en su práctica clínica.
Nos encontramos, por tanto, con unos profesionales que, intentando avanzar en sus conocimientos mediante la investigación, o simplemente mantenerse actualizado, se arriesgan a ver limitada su independencia mediante la búsqueda del “cariño”, necesariamente interesado de la citada industria.
Sin ánimo de demonizar el comportamiento de la industria y teniendo en cuenta que gran parte de los médicos españoles no podrían mantenerse en la vanguardia de sus especialidades sin su iniciativa, se puede considerar que la industria, a su manera y con sus intereses, llena un inmenso vacío institucional que aprovechan legítimamente en su beneficio para fomentar el concepto de fármaco/tecnología como bien de consumo lejos del concepto de fármaco/tecnología como bien exclusivamente diagnóstico o terapéutico.
 Y ¿es de verdad esto tan relevante?. La intuición nos haría pensar que esa intromisión de la industria en la mismísima cocina de nuestros conocimientos, podía ser perniciosa al condicionar nuestra práctica clínica, pero, en el fuero interno de cada profesional, eso se relativiza pensando que nuestra “alma médica” no es tan fácilmente influenciable. Pero tal como puede verse en el gráfico siguiente, una cosa es nuestra alma y otra la de nuestros compañeros.


                                Encuesta a MIR, por cortesía del Dr. Javier Padilla.

             En una reciente publicación de la prestigiosa revista JAMA desvela un estudio  que la intuición ya preveía. En el artículo "Association of marketing interactions with medical trainees' knowledge about evidence-based prescribing: results from a national survey.", se relaciona un mayor contacto con la industria con un peor conocimiento de la evidencia científica disponible, poniéndose de relieve esta perversa asociación.
En definitiva y de manera cruda, tal como afirman los autores de este blog: “tu relación con la industria farmacéutica es mala para la salud de tus pacientes” (http://medicocritico.blogspot.com.es/2014/08/tu-relacion-con-la-industria.html).
Y si esta es la situación en el nivel del profesional individual, la cosa se pone más cruda cuando nos referimos a las sociedades científicas**, cada vez más permeables a la financiación y las opiniones de la industria farmacéutica.
No nos engañemos, si yo fuera Farmaindustria, me plantearía por qué seducir a cada médico si puedo seducir a una sociedad llena de ellos. Y si fuera sociedad científica, porqué no aprovechar este interés en seducirme en mi propio beneficio y así mantener unas estructuras, en muchas ocasiones desmesuradas.

             En realidad, si esto fuera así en todo el mundo, podríamos relajarnos y disfrutar  del magnífico XII Congreso a celebrar en Cayo Coco. Pero desgraciadamente, no parece que en todo el mundo sea igual, y, aunque la relación de la industria farmacéutica con los profesionales existe en cualquier parte del mundo, el grado de implicación de ésta en la formación de los mismos en España es preocupante. Entre otras cosas porque es prácticamente imposible acudir a un congreso o a un curso de esos de a 500-1000 euros por inscripción, mas viaje y alojamiento, sin que antes “te saque a bailar” un representante de la industria farmacéutica. Y para muestra, otro artículo de la Dra. De Pablo (http://curaraveces.wordpress.com/2014/05/14/en-junio-tengo-congreso/).

Pero, ¿realmente cuestan eso todos los cursos-congresos o podemos empezar a hablar ya de una “burbuja de la formación”?. Porque si las instituciones o “empresas” para las que trabajamos no hicieran dejación de sus responsabilidades, teniendo gran parte del capital humano docente y con gran parte del patrimonio del conocimiento en medicina, no cabe duda de que se podría crear una red de formación donde los propios profesionales pudieran actualizarse al margen de complejas, caras e innecesarias maquinarias organizativas. Si las riendas de la formación  las llevaran los que realmente deberían preocuparse de la formación de sus profesionales, la industria farmacéutica, no sería el eje central de la misma, sino una indispensable herramienta auxiliar. Así, eliminaríamos la incomodidad que produce la duda más que razonable que surge cuando la industria citada,, lejos de ser un invitado más, se establece como el anfitrión de la formación e investigación. Y claro, el que paga, elige el menú, el lugar y los que van a la cena.
Y si vamos más allá…¿Alguien se atreve a ponerle el cascabel al gato de la industria farmacéutica? Podríamos empezar con exigir una mínima regulación de una industria que sigue únicamente la lógica, a veces perversa de un mercado no regulado buscando los intereses de sus accionistas, por parte de gobiernos que deberían velar únicamente por los intereses de sus ciudadanos.
            Y todo este proceso, fundamental en la calidad de la medicina que reciben nuestros conciudadanos, ¿quién lo controla?. Pues una vez más nos encontramos con unas instituciones que no solo no lideran la expansión del conocimiento sino que carecen de órganos regulatorios que exijan y garanticen que dicha formación está orientada a ofrecer la mejor práctica clínica a nuestros pacientes.
En este punto, a nivel nacional o regional tendrían validez las tan necesarias Agencias de Evaluación de Tecnología, quienes vendrían a marcar de manera independiente las líneas que delimitan la evidencia científica. También instituciones públicas enfocadas a la Formación Continuada, al estilo de la extinta Laín Entralgo,  bien gestionadas y sin interferencias políticas capaces de realizar y publicar auditorías como las realizadas en docencia, tendrían un papel indispensable en un marco de fomento, exigencia y acreditación de la formación continua 
Es cierto que todos estos instrumentos existen o existieron. Lo que hace falta es cambiar las reglas del juego y que los propios profesionales, a través de sus organizaciones, fueran conscientes de la importancia que para la salud de nuestros pacientes tendría la necesidad de una certificación periódica del conocimiento o evaluación de la competencia también regulada desde las propias instituciones sanitarias.

Como en tantas otras cosas, la industria, las sociedades y las instituciones, instauradas en sus propios intereses o en su dejadez, no van a dar el paso del cambio así que una vez más; o éste surge de los profesionales o no podemos esperar que nada cambie sin cambiar nada.
 




*Conjunto de prácticas médicas aceptadas generalmente como adecuadas para tratar a los enfermos en el momento presente. Por definición, es cambiante con el progreso técnico de la Medicina, así como con las peculiaridades personales de cada paciente.
**El conflicto de interés económico de las asociaciones profesionales sanitarias con la industria sanitaria. SESPAS 2011.

Algunos enlaces de interés ya mencionados y otros por mencionar:
http://medicocritico.blogspot.com.es/2013/03/no-mas-lagrimas-patrocinadas.html


 

Vª TeRTuliA. MoTivaCioNes e INcEnTiVos




Motivaciones e Incentivos

incentivo, va.
(Del lat. incentīvus).
1. adj. Que mueve o excita a desear o hacer algo.
2. m. Econ. Estímulo que se ofrece a una persona, grupo o sector de la economía con el fin de elevar la producción y mejorar los rendimientos.

motivación.
1. f. Acción y efecto de motivar.
2. f. motivo ( causa).
3. f. Ensayo mental preparatorio de una acción para animar o animarse a ejecutarla con interés y diligencia.

  En un marco de restricciones presupuestarias arbitrarias y de políticas de desmantelamiento y descuido programado de los servicios públicos de salud, donde la falta de expectativas de los profesionales y de planificación a largo plazo son la tónica habitual, hablar de motivaciones es, efectivamente, un verdadero “ensayo mental”. La mayoría estamos de acuerdo en que nuestros gestores, si hay algo que “ejecutan con gran interés y diligencia” es la desmotivación del professional. Y es que la incompetencia, suficientemente desarrollada,  es indistinguible de la mala fe.

 Motivaciones en el marco de los profesionales de la salud, hay muchas y de muy distinta naturaleza. Seguramente las motivaciones intrínsecas al propio ejercicio de la profesión son las más importantes y el verdadero motor del sistema.
 Si hablamos del conjunto del sistema sanitario, las motivaciones varían según si nos referimos a los gestores, los profesionales o los pacientes. Conocer esas motivaciones, hacerlas confluir armonizando el logro de resultados sobre los pacientes con los de la institución e incentivarlas adecuadamente es, seguramente, uno de los mayores retos de la organización de un sistema sanitario. Motivación e incentivos tienen que estar alineados y deben formar parte del complejo engranaje de los sistemas de gestión, enfocando claramente sus objetivos a la obtención de una mayor calidad, medida en resultados en materia de salud y no a la consecución de objetivos meramente económicos o de ahorro. La falta de objetivos institucionales y de filosofía de mejora de “la empresa”, provocan una desafección de los profesionales para con su organización sanitaria que hace muy difícil esa confluencia de objetivos comunes y por lo tanto una buena incentivación en la consecución de esos objetivos.
 En este punto es cuando tenemos que distinguir lo que se debe considerar incentivo de lo que se debe considerar salario, porque no se puede incentivar aquello que corresponde al desempeño propio del trabajo, como el horario o la buena praxis y tampoco se pueden  emplear unos mal llamados incentivos en forma de productividad para realizar bajadas de sueldo encubiertas.

 Entonces, ¿creemos que hay alguna partida que debe desvincularse de lo que significa el salario normal? En este punto parece claro que no discriminar en algún punto los diferentes desempeños de los profesionales supone claramente un incentivo negativo y una discriminación con aquellos que digamos, hacen bien su trabajo o dedican un mayor esfuerzo a hacerlo bien. En este punto y dado que hablamos de trabajadores del conocimiento, hay quien apuesta por una evaluación o certificación periódica del conocimiento además de una progresiva interiorización de la cultura de la transparencia y evaluación del desempeño tanto de profesionales como de instituciones.

 Cualquier incentivación que no vaya dirigida a la mejora de la calidad y al fomento de la excelencia tanto individual como colectiva con objetivos de producción de salud, se podrá convertir en lo que se conoce como incentivo perverso y en este sentido, la confusión creada en torno a los incentivos a los profesionales que ha dado lugar a errores desmotivadores históricos, como las productividades variables que realmente son fijas, las  carreras profesionales mal diseñadas o las peonadas que incentivan únicamente la actividad, no han hecho más que enturbiar y desligitimar esta herramienta, que usada con sensatez podría suponer un estímulo al trabajo bien hecho y a la mejora del rendimiento pero que usada como parte de una estrategia comercial o desenfocada de la verdadera actividad sanitaria solo ha traído confusion, frustración y erosión de la motivación intrínseca entre los profesionales. En este sentido, como es más fácil salir del error que de la confusión y lo que gira en torno a los incentivos es la confusión, ni siquiera se han tomado la molestia de evaluar las consecuencias de la puesta en marcha de estas prácticas desligadas del fomento de la excelencia y el error que supone hacer un mal uso de las incentivaciones.

Al final y pese a estas políticas claramente desmotivadoras y erosionadoras, el sistema sanitario ha seguido funcionando con altos niveles de calidad, apoyado casi únicamente en la profesionalidad y las motivaciones intrínsecas de sus profesionales, entre las que se incluyen el desarrollo y la promoción profesional, la excelencia técnica, el reconocimiento social, el espíritu de servicio, la humanidad y la vocación entre otros.
Así, los incentivos se pueden dividir en incentivos no económicos, que potencian estas motivaciones intrínsecas, como la promoción profesional, los impulsos a la formación, las mejoras en el entorno laboral, el reconocimiento al esfuerzo, etc… y en incentivos económicos, siempre ligados al rendimiento, pudiendo ser éste individual o colectivo dirigidos al logro de conductas deseadas o a la desaparición de conductas indeseadas.

 En resumen, la necesidad de aumentar la productividad y la eficiencia de los sistemas sanitarios ante un aumento de la demanda y en un marco de restricciones presupuestarias, implica necesariamente la modificación de las estructuras organizativas y de gestión, incluyendo un rediseño cuidadoso de los incentivos en clara consonancia con las motivaciones y con un objetivo único: aumentar la productividad en salud.

Contribuyentes